Alfredo Bryce Echenique, hijo de la oligarquía peruana, publica en el año 1986 un libro de cuentos en el que se incluye “Anorexia y tijerita”. Desliza en sus letras la historia de un ministro con una vida que no le complace, con una mujer enferma y “pituca”, con una doble vida, con problemas ligados a la corrupción, con un enredo. No hace más que narrar la vida de Joaquín Bermejo con un toque peruano de grosería, necesaria para darle fluidez y elevar el entretenimiento del cuento, para lograr describir un panorama de conflictos sociales vistos desde la clase alta.
El primer problema puesto sobre la mesa es la fractura entre las clases socioeconómicas de la sociedad peruana a través del desprecio de Raquel con la utilización de la palabra “ínfima” para llamar a la gente que no es de élite, de poder, de dinero. La discriminación domina nuestra cultura desde la época de colonización, siempre mirando al de abajo, al que tiene menos, al no privilegiado, al que no le cayó del cielo la oportunidad de nacer en un seno familiar que le dé educación, protección, un techo cómodo, viajes, lujos y demás. En el Perú se cholea a quien uno cree inferior, pero la cadena nunca acaba. Siempre va a haber uno más cholo que yo. Siempre uno con menos dinero. Siempre alguno con menos educación. Siempre alguno con menos fuerza. Siempre.
Bryce Echenique utiliza el recurso de la tijerita para narrar esas barreras que existen en la clase socioeconómica alta, esa burbuja que impide a sus hijos salir a la búsqueda de sus hermanos. La tijerita es el arma que utiliza Raquel para defenderse de aquel negro que quizás nunca le robó. Esa tijerita representa toda la maquinaria de poder que está detrás del dinero. Autos de lujo, balnearios en Asia, residencias alejadas de la ciudad y colegios privados son solo algunos ejemplos. No es generalizable en su conjunto; la labor social y los intentos de una Lima con mayor oportunidad existen. La clase media pujante que se deja ver a través del boom de la construcción y del emprendimiento con pequeñas empresas son solo algunos ejemplos. Sin embargo, son dos mundos distantes dentro del mismo gran suelo de la ciudad de Lima.
El segundo tema central del cuento es la relación amorosa entre el poder y la corrupción. Jamás separados, vivirán eternamente. Bryce escribe el cuento en el año 1896, anticipándose al mayor escándalo de corrupción que ha existido en nuestro país: el caso de Fujimori y Montesinos. Dijo una vez, en una impecable oración, Saramago, que se suele decir “querer es poder”, cuando la realidad es otra: “poder es querer”. La revocatoria de Susana Villarán parece tener una mafia detrás, forzando una campaña para que otro llegue al poder. A veces cuesta entender qué magia puede haber allí, cuando se está sentado en un sillón de cuero en el Congreso, escuchando palabrería y decidiendo por el país. Será que la suma de dinero de la recaudación, esa que viene de nuestros bolsillos y tiene la finalidad etiquetada de aumentar la equidad en la sociedad, es muy elevada. La postura de algunos economistas es la de pagar salarios suficientemente altos a aquellos que ocupan cargos públicos para evitar los actos de corrupción y a la vez traer a los mejores profesionales a hacerse cargo. Podría ser una opción.
La ciudad de Lima está llena de encantos, un viajero universitario podría con algo de creatividad narrar la historia del circo presencial que vive el día a día dentro del transporte público. Llegan artistas de todo tipo. Cantantes solistas o en coro, incluso sube alguna vez un hombre con la voz ronca que canta junto con sus gallos. Músicos de guitarra, cajón o combinado. Alguna vez subió un músico internacional, venía de Argentina a tocar la armónica. Era imposible que no cobrase entrada. Entre una función y otra suben vendedores de helados, chifles, camotes fritos, chocolates y libros. Luego aparecen los payasos, unos sujetos vestidos de hippies con acento extranjero que están en un tour por Latinoamérica. Ya por el final están los magos, unos sujetos entran con sus hijos, otros con certificados de enfermedad en sus manos y unos últimos a mostrar heridas que sacuden el alma del espectador. No es justo que, de no ser todo parte del espectáculo, estos trabajen en uno de estos circos que no usan carpa sino una especie de gusano como local. Alguna de tantas lombrices que se mueven por la ciudad de Lima.
Finalmente, es importante resaltar que Bryce Echenique aprovecha la oportunidad para hablar de la vida del hombre como reflejo de sus preocupaciones. De la dificultad de los cambios dentro de la vida, de aquella en familia, del pecado humano a amar fuera del matrimonio, de robar fuera del trabajo. De ser un doble cara del ministerio del amor. Pone en relieve que todo hombre necesita de un espacio diario en el cual pararse un momento y preguntar: ¿y ahora qué? Encuentra el espacio ideal para, a través de la anorexia, más frecuente en la clase social alta, describir a una sociedad de élite enferma.