Andrés Alfredo Palomino Chesterton, «El corazón delator» de E. A. Poe

La primera vez que leí este cuento fue en mis años de primaria, durante el curso de inglés y, años después, por placer en varias ocasiones. Sin embargo, hasta el día de hoy se mantiene como mi favorito, las emociones vívidas que se recogen de la historia y la intensidad del relato no tienen comparación y aún me emociono tanto al leerlo como la primera vez.

Aún no logro determinar si el asesino estaba verdaderamente loco o si fue solo el sentimiento de culpa agobiante el que lo llevó a percibir estos imaginarios, los cuales se narran de una manera tan vívida que uno llega a dudar si son imaginarios o efectivamente existe un corazón latiendo en la habitación. Uno puede meterse en su cabeza y sentir vívidamente lo mismo que él sintió. Aunque claro que la fascinación con el luego difunto apoyan un poco la teoría de que efectivamente era un orate. No entiendo hasta hoy qué era lo que generaba en él tal aflicción, tal nivel de desesperación, que lo conminara a un acto tan frío y cruel. Solo él lo sabe.

Todo comienza sombrío, frío, altamente calculado, incluso hasta minutos antes de la llegada de las fuerzas del orden. Uno en verdad siente que está leyendo sobre el crimen perfecto y que el orate se va a salir con la suya. Incluso la confianza con la cual los invita a sentarse en la misma sala donde había ocultado el cadáver da señales de que todo estaba perfectamente calculado. Es ahí cuando arranca el momento de mayor tensión de la historia. Extrañamente, nuestro asesino comienza a sentir un ruido, un golpe que lo incomoda y lo distrae, un sonido que ligeramente asemeja a un corazón latiente. Y es ahí cuando lo entiende, va a ser descubierto, el corazón latía para avisar a la policía que estaba ahí, que el asesino se encontraba sentado encima del cadáver.

Los siguientes minutos me encerraron rápidamente en la tensión del sonido que se acelera y desespera. Cada vez más fuerte, cada vez más intenso, cada vez más cerca de ser descubierto por la policía. En estos momentos uno siente que puede oír el corazón latir, resulta difícil leer este cuento sin imaginar el sonido de los latidos intensificándose. Resulta que el crimen no era perfecto, había olvidado un detalle, aquel detalle que hace que ningún crimen sea perfecto, su conciencia. Su propia conciencia le estaba haciendo una mala pasada, aunque él mismo no era consciente de ello. Su conciencia quería que confiese, le estaba ganando la batalla y se intensificaba cada vez más para hacer más fuerte su amenaza de delatarlo.

Como ya es conocido, finalmente confiesa su horrendo crimen y la policía se lo lleva en custodia. Claramente nadie había oído nada, todo estaba en su mente, la conciencia le había ganado la batalla. No había necesidad de confesar. Clara la moraleja, lo único de lo que jamás podrás escapar es tu conciencia, ella te seguirá a todos lados y juzgará cada uno de tus movimientos y te puede llegar a volver loco si no le haces caso y tratas de evitar la moralidad de tus actos. Siempre se debe recordar que los principales testigos de nuestros ilícitos somos nosotros mismos y no debemos subestimar nuestro propio poder.

Recomiendo mucho este libro para cualquiera que quiera una lectura ligera, veloz, pero llena de emociones. Estoy seguro que se meterán tanto a la lectura como yo y que disfrutarán momentos de placer literarios como pocos antes. Incluso más recomendable de leer en inglés, la narración en su idioma de origen ayuda mucho al argumento.