“La declaración de Randolph Carter” de H. P. Lovecraft, por Víctor Ricardo Quispe De la Cruz

El misterio y el terror son dos ingredientes que no son ajenos al estilo de Lovecraft. En este cuento, el lector, a través de Carter, participa en las diferentes situaciones que surgen en el relato y, de una manera, la curiosidad del protagonista se mezcla con la del propio lector. A la vez, la relación laboral que tenía Carter con Warren era interesante. Al inicio, si bien es cierto que Warren tenía una suerte de poder o dominio sobre Carter en cuanto a las decisiones que se tomaban, este mostraba una enorme curiosidad por la dedicación y la teoría de Warren de que los cadáveres siempre se conservaban frescos. Sin embargo, el propio Carter admite que todo ese miedo se esfuma y se transforma en temor por lo que le pueda suceder a Warren. De hecho se podría pensar que el desenlace de la historia simplemente es porque Warren obtiene lo que estaba buscando.

Es importante resaltar cómo Lovecraft describe a Warren: parece ser un hombre culto que ama el trabajo que realiza y que, en cierto modo, llamaba la atención de Carter, quien incluso acepta que le provocaba una fascinación morbosa. Sin embargo, todo el conocimiento que adquiere Carter durante el periodo que trabajó con Warren pasa a segundo plano, pues precisamente toda la fascinación simplemente desaparece al mismo tiempo que deja de temer a Warren. Resulta curioso que el sentimiento de Carter se confunda con el del lector, porque la idea es que precisamente el lector tenga estos cambios de conducta a lo largo del cuento, pero siempre teniendo en mente la escena del sepulcro, en la cual Lovecraft demuestra toda la destreza para cautivar al lector.

La escena del sepulcro resume perfectamente el objetivo de Lovecraft, quien busca asustar al lector mediante lo desconocido. La terquedad que muestra Warren para entrar solo al sepulcro resalta con las ganas de acompañarlo de Carter. De hecho, al final, Carter termina retrocediendo en su petición de seguirlo porque para Warren era imprescindible ir solo. De aquí en adelante, el lector está cegado al igual que Carter: no tiene idea de lo que ocurre dentro del sepulcro. Cuando comienza la conversación entre ambos, la expectativa por conocer qué ocurría se incrementaba debido a los comentarios de Warren, que de ningún modo ocultaba su excitación ante el descubrimiento. No obstante, la atmósfera del cuento se torna negativa cuando las mismas palabras de excitación se convierten en gritos para que Carter se aleje del lugar. Para Carter y para el lector se convierte la travesía al sepulcro en una despedida con muchas preguntas al aire: ¿qué estaba ocurriendo con Warren? El cambio en su actitud se nota fácilmente hasta que, de pronto, se interrumpe la conversación. El silencio no solo alarga la agonía por conocer lo que había ocurrido con Warren, sino la inquietud del lector por conocer el desenlace del cuento. Y precisamente el final es inesperado, pero también estuvo a la altura de todo el clima que se había generado hasta el momento. La descripción que daba Warren casi en un estado de lamento y de terror tenía que plasmarse en algo que deje totalmente atónito al lector. La criatura que probablemente había acechado a Warren en el interior del sepulcro debía ser la que termine la historia. Carter sabía que algo había ocurrido con Warren pero en ese momento no pensaba con detalle lo que estaba ocurriendo. De hecho se menciona que despierta en el hospital, porque lo que causa la respuesta desde el sepulcro ante su insistencia por conocer lo que pasaba con Warren lo deja sin conocimiento. La criatura confirma que Warren estaba muerto. Lovecraft había cumplido el objetivo.