El maestro universal del relato corto, Edgar Allan Poe, nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1809. Fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico, pero se le recuerda principalmente por sus cuentos de terror y por inventar el relato detectivesco. Dentro de sus cuentos más famosos se encuentran “El gato negro”, “El pozo y el péndulo”, “El barril de amontillado”, “El corazón delator”, “La caída de la casa Usher”, “Ligeia”, “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, etc.
El cuento leído en el curso fue “El corazón delator”. Empieza con un hombre anónimo que narra su historia sin cansarse de afirmar que está cuerdo y no loco como dicen los que lo escuchan. Describe su relación con el viejo con el que vivía; cuenta que lo quería mucho pero que su ojo lo perturbaba profundamente y lo impulsaba a asesinarlo:
Un ojo celeste velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Desde este punto, el lector empieza a sentir que el narrador no está en completo control de sus cabales. Esto genera una sensación de suspenso, miedo y anticipación debido a la continua afirmación de propia cordura del asesino, un contraste que deja creer que la locura del personaje es aún mayor.
En los párrafos siguientes se narra la minuciosidad y la atención en los detalles por parte del hombre en su plan para cometer el asesinato. Durante días lo espiaba de noche pero no podía matarlo porque el ojo celeste que lo perturbaba estaba cerrado. El objeto de su angustia y sufrimiento no se encontraba a la vista, el motivo del crimen no estaba a la vista.
Una noche, mientras el anciano dormía y el hombre lo espiaba, el segundo hizo un ruido involuntario al intentar abrir su linterna y el primero despertó asustado. El viejo preguntó con un grito quién andaba ahí; el asesino no movió un músculo ni articuló ninguna palabra. Después de un largo tiempo, el hombre abrió una pequeñísima rendija de su linterna, de ella brotó un haz de luz que cayó justo en el ojo de buitre de la víctima. Luego, el narrador empezó a oír los latidos del viejo, creyendo que el sonido que producían aumentaba hasta volverse estridente. Para detener el estruendo asesinó al anciano.
Después de cometer el crimen, el hombre descuartizó el cadáver de su víctima y lo escondió debajo de las tablas de la habitación. Luego acudieron dos policías debido a los gritos que profirió el viejo al ser atacado. Debido a la extrema confianza que el asesino tenía sobre su habilidad para esconder el cadáver, hizo que los agentes entraran a la habitación y se quedaran ahí con él conversando.
Sin embargo, luego de un rato, el hombre empezó a oír una especie de zumbido, este ruido aumentó hasta convertirse en los latidos del corazón del viejo. El corazón descuartizado bajo los tablones; el hombre perdía la cordura, era imposible que el corazón estuviese palpitando. Pero él seguía escuchándolo cada vez más fuerte, angustiándolo, atormentándolo hasta el punto en que prefirió confesar su delito ante los policías en vez de seguir oyendo ese espantoso ruido que ellos parecían no escuchar.
En este punto termina el relato y, como es el estilo de Poe, el final sorprende y afecta emocionalmente al lector. La sensación de temor por la obvia locura del hombre, aumentada por su continua negación de la misma, llega a su cumbre precedida por la angustia creciente y desesperante de los latidos de un corazón muerto. Latidos que no existían más que en la cabeza delirante del asesino, latidos que reflejan la angustia del hombre de la misma forma que el ojo celeste bajo la tela.