Julio Cortázar (1914-1984) fue un escritor argentino nacido en Bruselas y nacionalizado francés. Es considerado uno de los principales exponentes de la literatura hispanoamericana del siglo xx y su nombre está asociado al famoso “boom latinoamericano”. La mayor parte de su obra la ocupan sus muchos libros de cuentos; pero es autor también de importantes novelas que revolucionaron la literatura. Su estilo y contenido son sumamente delicados; en mejores palabras: clasificar en género sus producciones a veces puede no ser seguro (“[…] mi noción de lo fantástico es una noción que, finalmente, no es diferente de la del realismo; porque en mi realidad, lo real y lo fantástico se entrecruzan cotidianamente”). Pero en general, sus escritos pertenecen al surrealismo; que fue un movimiento artístico precedente a la época en que publicó.
Durante este ciclo, tuvimos la oportunidad de leer “La autopista del sur”, el primer cuento de su aclamada colección “Todos los fuegos el fuego”. Cuenta Julio, en una entrevista, que la idea de hacer esta historia surge después de leer el artículo de un ensayista italiano que despachaba el problema de los atascos automovilísticos diciendo que, en definitiva, no tiene importancia (“[…] a mi me pareció superficial y frívolo decir eso, porque los atascos, los embotellamientos son uno de los signos de esta triste sociedad en que vivimos y uno de los más negativos, porque prueban una especie de contradicción con la vida humana; es decir, una especie de búsqueda de la desgracia, de la infelicidad, de la exasperación; a través de la gran maravilla tecnológica que es el automóvil, que debería darnos la libertad y en cambio, nos está dando las peores consecuencias.”).
Con la aguda percepción de Cortázar, en este relato se monta una serie de reflexiones que refieren a una sociedad cualquiera y que ahondan en lo profundo del comportamiento humano. Nos explica, por ejemplo, en qué circunstancias aflora lo esencial de las relaciones humanas y qué formas puede tomar.
La historia empieza y transcurre en un largo
–casi eterno– embotellamiento en la autopista que lleva a París. Los pasajeros de los miles de carros se ven obligados a convivir durante un largo período y se organizan grupos por cada trecho. Cada cual asigna un jefe que toma las decisiones y trata con los desconocidos para lidiar con la escasez. El agua y los alimentos son las carencias más urgentes y lo poco que se tiene debe distribuirse, necesariamente, en el orden de quién los requiera más (niños, ancianos y mujeres). En esta crisis se descubren cualidades humanitarias y se asume que la única manera de sobrevivir es logrando una alianza entre todos. Asimismo, se contrasta el estilo de vida de la comunidad con el de la metrópoli moderna. Por ejemplo, el rol de la mujer es ahora atender a los enfermos, cuidar a los niños y distribuir provisiones, mientras que el del hombre es conseguir alimentos y negociar con otros grupos. Se presentan situaciones de todo tipo, hay momentos de desacuerdo y conflicto (como cuando los jóvenes del Simca intentaron apropiarse del agua común), hay muerte, romance, comercio y hasta política.
Por otro lado –y como mencioné en un post anterior– el detalle más relevante, para mí, fue la separación; cuando aquello que los unió dejó de existir repentinamente y todos se perdieron de vista. Con todo ello, muchas de las pertenencias quedaron perdidas en los autos de otros y una mezcla de sorpresa e incertidumbre fue sentida por la comunidad (especialmente por el ingeniero y la muchacha del Dauphine).
Este hecho puede compararse con la realidad como una metáfora y adaptarse de muchas formas, pero en general, refiere a la temporalidad del hombre. Esta sostiene que las etapas de la vida se demarcan por las amistades que habitaron durante un tiempo, así como por la residencia, el oficio y todo aquello que puede cambiar con facilidad. Otra común interpretación es la de “atascos en la vida”; que alude a situaciones negativas y poco prósperas en que algunas veces nos hallamos.
En cuanto a la técnica narrativa, pienso que fue apropiado optar por un narrador omnisciente porque nos permitió conocer, de forma imparcial, las características de todos los integrantes del grupo. Además, así es más fácil para el lector entender la secuencia de los hechos, puesto que todo se basa en un análisis constante de los personajes.
Curiosamente Cortázar confesó que antes de escribir este relato nunca había estado en un atasco. Fue irónico que apenas unos meses después le ocurriera esa desgracia, y entonces cayó en la cuenta de que todo el comienzo de su historia se repetía. Eso comprueba, finalmente, la genialidad de este escritor para transitar entre lo real y lo fantástico.