Las lecturas sobre la guerra y la violencia en el cuento peruano contemporáneo me gustaron y me hicieron pensar en la realidad que ha vivido nuestra sociedad en los últimos tiempos, enfrentamientos armados, resentimientos generados por estos y personas afectadas por estas circunstancias. Por ello escogí una de ellas “El cazador” de Pilar Dughi, escritora peruana que a pesar de su pronta desaparición y corta producción literaria, tuvo reconocimientos y cuentos premiados.
La historia se desarrolla en la selva peruana, describiendo parte de su flora y fauna. El protagonista es Darwin, joven que forma parte de una columna militar, que decide abandonar el campamento al que su padre lo llevó cuando apenas tenía cinco años.
La narración entrelaza las vivencias de la huida, las conversaciones con su padre, la evocación de recuerdos, lo que ha vivido y ha conseguido y lo que había soñado conseguir dentro del partido, con todos sus miedos. Darwin, impaciente, ágil, aprendió a manejar fusiles, a armar y desarmar granadas, a vigilar al enemigo, a seguir rastros en el monte, a seguir huellas en el barro, por lo que es enviado por Rolando, mando militar, a una misión en la cual descubre la gran superficie plana de agua verde, más amplia de lo que había imaginado: el inmenso río lo cautivó y deseó mantenerse conectado a él. Al regresar e informar sobre su misión trata de medir su entusiasmo; controla sus emociones pues si reía lo acusarían de estar alegre, si mostraba tristeza lo identificarían como un futuro traidor que pensaba escaparse.
En el campamento no se permite a más de dos personas juntarse ni tratar cosas al margen del partido; los comentarios y pensamientos se expresan en las reuniones de formación. Tampoco se permitía que padres e hijos confraternizaran. Darwin se las arregló para acercarse a su padre con quien acuerda para el día siguiente iniciar la huida y entregarse al ejército. La decisión la venían tratando al comprobar el maltrato al que estaban sometidos pues los dirigentes no se ocupaban de las necesidades de los militantes, ni de las más elementales como los alimentos. Las cosas ya no eran como al principio, decía el padre.
Al llegar retrasado inicia la huida solo, pasa por muchos escollos, duerme poco; sabía que podría morir en el intento, que tal vez cuando llegara a la base militar, lo torturarían, lo golpearían, pero igual si se quedaba moriría tarde o temprano. Sentía que había traicionado al partido con solo desear huir, había aceptado que era un traidor.
Recuerda también el día que varios helicópteros del ejército sobrevolaron el campamento dejando caer rectángulos plastificados de color blanco y rojo que decían: “Hace más de un año está vigente la ley de arrepentimiento. No hagas caso a los engaños y mentiras de Sendero Luminoso. Escapa y ven a la base militar o a la comunidad de ronderos más cercana. Los ronderos asháninkas y tus familiares te esperamos con cariño. Todos los que han escapado hasta el momento viven libres y felices con nosotros. Reciben apoyo inmediato. Es mentira que te vamos a matar. La ley de arrepentimiento te ampara”. Luego de leer el plastificado, el mando explicó que eso era mentira y que todo intento de traición sería severamente castigado. Decomisó todos los volantes.
Darwin estaba preparado para huir, llevaba el sentido de alerta en la piel, acostumbrado a dormir ligeramente, preparado para desaparecer cuando los mandos disponían el abandono del campamento, por lo que pudo sobrevivir a todos los obstáculos.
Recuerda al pequeño Gaspar la noche que los obligaron a formarse en el centro del campamento. Se acusó a Gaspar, un niño de siete años, de robar un pedazo de ronsoco y devorarlo a escondidas. Gaspar otras veces había escapado de la escuela, lo acusaron de ladrón, su conducta arriesgaba la vida de todos y eso era alta traición, se le condenó y fue estrangulado con soguilla por un miembro del comando de aniquilamiento. Su madre lloraba pidiendo que lo perdonen. La hicieron callar. Esa noche y las siguientes la madre de Gaspar caminó de un lugar a otro, como loca, llorando. Luego se calló y no volvió a llorar más. Darwin entonces comenzó a sentir miedo, sentimiento que nunca lo abandonaría. Evoca el día que no encontró a Shoreni; su amigo pensó que lo habían enviado de centinela, cuando llegaron los relevos al no encontrarlo pregunta por él, enterándose que junto a su madre fue ajusticiado porque su padre se había fugado.
El partido consideraba que ya no se debía distraer a la masas con juicios públicos, simplemente los ejecutaban. Darwin estaba afectado, no pudo disimular la rabia, quería vengarse. El mando militar lo llevó fuera del campamento, lo hizo correr un largo trecho y le mostró un cuadrado de tierra removida en donde los habían enterrado. Darwin siente miedo. Logra ver a Mardonio, fuerza principal como él, y piensa que ha sido enviado para liquidarlo, para cazarlo, Mardonio es más corpulento pero también más lento y pertenece al comando de aniquilamiento. Darwin planea sorprenderlo y eliminarlo antes de ser descubierto, no tiene mucho tiempo, no puede demorarse no tiene víveres ni agua.
Quiere estar alerta, el cansancio lo vence y lucha contra el sueño. Después de muchos contratiempos encuentra un campamento. Llega, se queda dormido fuera de una cabaña, casi desmayado. Logra oír voces de una mujer que dice: es solo un niño… Le preguntan “¿cuántos años tienes?” Él no sabía pero debía tener doce o trece años. Les dice que ha venido a entregarse, que lo buscan que lo quieren matar y empieza llorar.
Le informan que los ronderos lo protegerán, la base está cerca y el comité de autodefensa ya está informado. Por ser menor de edad es un presentado, no un arrepentido. Hay otro niño como él y los llevarán a la base. “Presentado”, “presentado”, repite en voz alta hasta quedarse dormido. Durmió intensamente, le dieron de comer. Después llega un hombre armado, el comando de la comunidad y autoridad militar le hace preguntas, ¿de donde viene? ¿está solo? Le dijo que nadie le haría daño, pero que todavía no confían. “Dependerá de tu comportamiento y colaboración para poder incorporarte a una comunidad”. Lo llevan al río y en un gran bote lo sentaron detrás de un rondero armado. A su lado, medio encogido, está Mardonio. Darwin quiso levantarse, gritar, correr, pero siguió sentado mirándolo. Mardonio tenía la vista clavada en el piso. Luego levantó su cabeza y sus ojos se encontraron con los de Darwin. En el rostro de Mardonio vio al miedo.
“¿Sabes a qué base vamos?”, preguntó Mardonio. “A Valle Esmeralda”, contesta Darwin. “No somos arrepentidos sino presentados”. “Sí, ya lo sé” – dijo y sonrió.
Me gustó la historia, me sorprendió el final. La relacioné con la historia de Lurgio Gavilán, autor de Memorias de un soldado desconocido, niño senderista que desertó, se integró al ejército y después se incorporó a la Iglesia como fraile. Los derechos de este libro ya han sido comprados por Luis Llosa quien la llevará al cine.
Diego Andujar, junio de 2015.