El otro día, en una entrevista, expresamos dudas sobre el éxito de la estrategia “populachera” de PPK, para convencer a votantes ajenos a la élite limeña. Mirko Lauer ha sido más generoso con esta apuesta, aunque coincide en que el ex Ministro sigue siendo percibido como el candidato de los ricos. A propósito de esto, nos preguntamos ¿cómo ha sido, en el Perú, el acercamiento de la derecha a las clases populares en las campañas electorales?
Efectivamente, es interesante ver a PPK tomar baños de popularidad, mientras Ollanta Humala se pone el terno oscuro y luce como el más serio del lote. Pero de allí a que los peruanos descontentos con el actual estado de las cosas, vayan a votar en mayores números por el Gran Cambio… ¿es posible?
Desde hace más de 30 años, el PPC y sus aliados tienen un discurso democrático y liberal, pero les es difícil convencer a la mayoría de la población que realmente creen en la igualdad de oportunidades. Como recordamos en el post anterior, en 1979 los constituyentes del PPC aun se opusieron al sufragio universal, con argumentos racistas sobre las supuestas deficiencias del cerebro de los analfabetos. Un prominente fundador del partido decía, además, que los problemas de los analfabetos eran sociales y económicos, no políticos, y por lo tanto no era necesario extenderles el sufragio (Diario de Debates, Tomo VII, pag. 185).
Mario Vargas Llosa, Javier Pérez de Cuellar, Lourdes Flores… peruanos honorables con trayectorias de oposición al autoritarismo, pero limitadas en sus aspiraciones electorales por gente de su propio entorno, percibida como racista y distante de la realidad social. Demócratas que en pleno Siglo 21 pertenecen a exclusivos clubes y balnearios que no admiten a mujeres, negros o cholos. Demócratas que dicen “llamas y vicuñas” para referirse a compatriotas que se oponen a un tratado comercial. Gente que descalifica al rival con expresiones de desprecio étnico, como en 1990 con Fujimori, o el inolvidable “auquénido de Harvard” en 2006.
Las limitaciones de la derecha democrática peruana para convertirse en opción de gobierno, como sus contrapartes en México, Colombia o Chile, han recibido poca atención desde las ciencias sociales. En 2001, con Steven Levitsky (experto en política comparada), escribimos lo siguiente:
[blockquote source=»»]“… para ganar en el Perú pos Fujimori, (Lourdes) Flores necesitaba construir una coalición que se extendiera más allá de Lima y más allá de la elite económica y social a la que pertenece. Flores tenía que hacer algo más que bailar tecno-cumbia en los pueblos jóvenes o huayno en los poblados de la sierra. Tenía que incorporar personas de todas las sangres y sectores en sus listas, en su organización política y en su visión del Perú…”[/blockquote]
[blockquote source=»»]…“Con las elecciones de 2001, sin embargo, la derecha criolla parece no haber aprendido nada desde su derrota en 1990….Los colaboradores de Flores se quejaron amargamente sobre el uso del tema racial en esta campaña. Esto no debe sorprender, porque cuando el tema de la raza influye en las elecciones, la derecha siempre pierde. Sin embargo, debe culparse básicamente a sí misma por ser vulnerable a la etiqueta «pituco». El problema no es que es racista (en realidad, «pituco» se refiere más al estatus social, la riqueza y el poder). El problema es que es la verdad. La elite peruana aún desprecia a la mayoría de sus compatriotas, a quienes llama «cholos» sin cariño alguno, con quienes no se siente cómodo, y a quienes sincera y profundamente no considera como sus iguales”.e[/blockquote]
Una década después, los electores suman casi 20 millones, 66% vive fuera de Lima, 68% tiene más de 29 años, y más de la mitad tiene educación secundaria completa o estudios superiores. Son ciudadanos más maduros, que aprecian un manejo macroeconómico estable, pero exigen mayor respeto por sus derechos y mayores oportunidades de participar en la bonanza. Sus preferencias son volátiles, porque han tenido que elegir varias veces entre candidatos que no les entusiasman, pero hasta ahora nunca han elegido un presidente de las filas de la derecha. Con San Román, Acuña y el “sancochado” de 2011, ¿la historia será diferente?