Luciano Stucchi

Luciano Stucchi

¿Cuántos muertos (más) nos costará un tren?

Hace unos dos años, el entonces candidato Kuczynski prometió la construcción de un tren de cercanías que uniría Huacho con Lima e Ica. Aunque esto de por sí ya era un error conceptual —como lo señalamos aquí—, la idea de tender líneas ferroviarias para conectar la costa del Perú sí es una idea tan sensata como necesaria; esta parecía ser la promesa que nuestro transporte necesitaba y aquí lo analizamos. Como tantas otras promesas electorales, esta durmió el sueño de los (in)justos y su ausencia se volvió a cobrar, hace solo un par de días, medio centenar de vidas.

El serpentín de Pasamayo es una vía peligrosa desde que se convirtió al uso de vehículos motorizados, hace más de medio siglo. La ruta alterna, la Panamericana norte, dedicada exclusivamente al uso de transporte particular desde que se construyó, no deja de tener sus propios problemas, pero es claramente mucho más segura. En un ejercicio de comatosa obviedad nuestro gobierno solo reacciona con un comportamiento llamado la ilusión de hacerse cargo —en palabras de P. Senge y lo que se denomina pensamiento sistémico—: se determina, mediante un tweet, que el serpentín deberá clausurarse y la autopista deberá acomodarse a todo el transporte, particular, de carga y de pasajeros.

Este razonamiento fallido se caracteriza por sacudir una respuesta ostentosa y radical que está enfocada exclusivamente en parchar la ocurrencia focalizada de un problema. Ocurre un crimen ominoso: se elevan las penas; se denuncia un acto flagrante de corrupción: se implementa una comisión exclusiva en el congreso; se indulta políticamente a un reo condenado: el gobierno asume su reparación civil. Todos estos casos denotan una limitación clara para poder ver el panorama a gran escala. Todos estos casos, a su vez, fracasan rotundamente en solucionar el problema verdadero. Los crímenes y la corrupción deben prevenirse y desarticularse por medio de mecanismos que disminuyan su ocurrencia. Las penas deben funcionar como un elemento disuasivo más, pero nunca como el principal. Asimismo, la política debería construirse en función a tener un plan de gobierno claramente establecido, no desde favores que permitan salir de una crisis cada tercer mes.

«Me informan que la comisión a cargo de investigarnos será sometida a una investigación.»

[Imagen extraída de andina.com.pe]

He leído a algún analista justificar la ausencia de trenes en nuestro país, a partir de la poca viabilidad económica de estos. Quizás los cálculos con que se sostienen estos análisis son correctos, no lo sé. Es cierto que en muchos países el transporte masivo está subsidiado por el estado. Pero es que justamente, esa es la función del estado: financiar aquellos servicios y obras públicas que su población necesita. Nuestra costa es una maravilla geográfica para el transporte: cuenta con un suelo fantástico para tender líneas ferroviarias y con un mar que se ha usado por siglos (sino milenios) para transportar gente y recursos de una latitud a otra. ¿Cuántos accidentes más nos tomará salir de este paradigma obsoleto y ridículo del transporte vehicular interurbano? ¿Cuántas vidas más necesitamos perder para empezar a solucionar los problemas nacionales de forma integral?

¿O será como ocurre con la política, donde los muertos de los otros no nos interesan y podemos decir, sin ningún ápice de empatía, mejor pasemos la página? Eso es lo que significa ese tercer carril de la Panamericana Norte, sentenciado mediante un tweet.

«¡Qué tontos! Si vinieran a este lado del bote no andarían en esos problemas.»

[Imagen adaptada de Hila Mehr]

 

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