[blockquote source=»»]“No tengo ningún compromiso con ningún grupo económico, ni nada por el estilo. Mi único compromiso es con el pueblo peruano. Ustedes me han elegido, ustedes son mi jefe y yo tengo que rendirles cuentas a ustedes.” — Ollanta Humala, 5 de junio de 2011[/blockquote]
Al fin terminó la segunda vuelta, y siento un gran alivio. Porque la elección fue limpia y ordenada, demostrando nuevamente la madurez cívica del electorado peruano. Y porque la mayoría decidió no darle una segunda oportunidad al fujimorismo, y a quienes reivindican al auto-golpe y a un régimen marcado por la corrupción y el abuso de poder en gran escala.
Es el momento propicio para recordar, que el principio básico de la democracia es la igualdad. La igualdad politica, de derechos y oportunidades en la esfera pública. En una democracia donde existen las libertades cívicas, todos los ciudadanos pueden opinar, discutir, competir, y finalmente, elegir (o ser elegidos). Sumamos los votos y la mayoría gana.
Por supuesto, en todas las democracias hay restricciones sobre ese poder de la mayoría, y mientras más liberales, más restricciones. Existen “frenos y contrapesos”, formales e informales, dentro y fuera del sistema político. La Constitución y los tratados internacionales, la separación de poderes, los medios de comunicación, la sociedad civil organizada, los empresarios de peso, y el venerado Mercado, son todos potenciales frenos al gobernante que pretende abusar de su poder. En el estimulante debate entre Steven Levitsky y Fernando Rospigliosi en la PUCP, se identificaron varios posibles frenos sobre el nuevo gobierno. Pero lo esencial en una democracia, es que la mayoría gana. La mayoría (o sus representantes democráticamente elegidos) pone los frenos, y también los puede soltar. Sobre el resto, incertidumbre.
En una democracia, se requiere consenso sobre una sola cosa, que son las reglas de juego. Todos compiten con las mismas reglas, y los que pierden reconocen al ganador. En este caso, Keiko Fujimori ha dado el ejemplo con dignidad, reconociendo la victoria de Humala y su derecho de asumir el Poder Ejecutivo y liderar al país. Alejandro Toledo también, a pedir que dejen trabajar a Humala, y decir que «las señales de confianza no solo se exigen, sino también se dan«. Para los perdedores en este caso, les esperan también importantes espacios de poder dentro y fuera del Estado, y la esperanza de volver a competir. El resto depende del juego democrático.
Por ello, Humala tenía razón en decir, que su primera obligación es con el pueblo, con quienes han elegido tanto al presidente como al parlamento. No fueron elegidos por la CONFIEP ni la Bolsa de Valores, ni la Embajada de EEUU ni la de Venezuela, sino por el electorado peruano, a que deben servir y rendir cuentas durante los próximos cinco años.
Claro que todos esperemos gestos y acciones que den tranquilidad a quienes invierten en el Perú y generan riqueza y empleo, sean o no ciudadanos. Pero es igualmente importante que el nuevo gobierno de señales de confianza hacia adentro, hacia los millones de peruanos que sufragaron domingo y esperan cambios mañana. Se requiere medidas urgentes y audaces, por ejemplo, en los campo de educación, salud y justicia — para todos, incluyendo las mujeres indigenas esterilizadas contra su voluntad. Medidas audaces para combatir a la corrupción de los grandes, pero también a la “chiquita” y cotidiana, que tanto debilita la autoridad del Estado y las fuerzas del orden. Asimismo, se necesita un gobierno que hace más para prevenir a los conflictos sociales, y no uno que solo arma mesas mecedoras después del estallido de violencia. Reglas claras para todos, incluyendo los más vulnerables.
Si hay algún mensaje absolutamente claro en esta elección, es que no podemos seguir con gobiernos flojos en la frente social, ni con gobernantes percibidos como distantes y palaciegos. Aunque Humala reconoce que gobernar es una tarea colectiva, sospecho que él retomará algo del estilo de gobierno que mucha gente recuerden con cariño de Alberto Fujimori. De un presidente enérgico, que viaja por el país y escucha a la gente, que este a su lado literal y figurativamente. “Vigilaremos que el Estado esté presente en todo el territorio nacional, particularmente en los pueblos más pobres del país”, dijo Humala el 5 de junio, “y yo personalmente iré a ver que funcione el Estado”. (Esperemos que esto sea lo único que retoma de Fujimori).
Entre quienes no votaron por Humala, y especialmente entre quienes tienen un alto nivel socioeconómico y educativo, da pena escuchar algunas declaraciones tan apocalípticas como intolerantes. Entre “se jodió el Perú”, “ganaron los cholos de m…”, y “yo me voy de aquí”, observamos nuevamente el poco compromiso de cierta élite con la democracia y los valores liberales. En mi opinión, quienes por una diferencia de 475,000 votos hacen maletas en lugar de apostar por su país y hacer oposición constructiva, no merecen el DNI.
En cuanto a los frenos y contrapesos que esperan a Humala, es difícil saber cuáles serán efectivos. En el Congreso de la República, Humala podrá tener mayoría si forja una alianza mas solida con Perú Posible, y si mantiene unidas a sus propias filas. Pero ambas cosas parecen difíciles. El riesgo no es tanto el tener una aplastante mayoría oficialista, sino tener una mayoría de congresistas novatos, impredecibles, y vulnerables a la manipulación. De la minoría que tiene experiencia previa, ¿quiénes tomarán las riendas en sus bancadas? Me imagino que Martha Chávez, Luz Salgado y Luisa Cuculiza, serán lideresas de la oposición. ¿Javier Diez Canseco será líder del oficialismo? (un poco difícil imaginarlo).
Las autoridades subnacionales, también elegidos por sus pueblos, serán un contrapeso complicado en el interior del país, donde Humala debe su victoria. El Poder Judicial, la Contraloría, la Defensoría del Pueblo, serán todos claves para la fiscalización interna. Afuera del Estado, esperemos que los medios de comunicación retoman mayor profesionalismo en su labor de investigación y fiscalización, y que los gremios y las asociaciones profesionales vayan más allá de las declaraciones coyunturales (y los costosos avisos pagados), para hacer la vigilancia sostenida que tanto necesitamos.
Desde el mundo académico, también nos toca poner más de nuestra parte. Considero vital que los científicos sociales analicen los diversos factores detrás de un final aceptado, pero no deseado, por la mayoría. Siguiendo el ejemplo de Carlos Iván de Gregori y Romeo Grompone en Elecciones 1990: Demonios y redentores en el Nuevo Peru (IEP, 1990), donde analicen otra coyuntura marcada por los miedos, el racismo y otros prejuicios, y por la derrota de la elite económica, social y ecclesiastica. ¿Se parece en algo, o nada, a la situación actual? ¿Qué nos dicen las nuevas generaciones de cientistas políticos, economistas, sociólogos/as y antropólogos/as? Esperemos de ellos, la urgente difusión de sus tesis y trabajos, que nos ayudarán a ver con nuevos ojos fenómenos que muchos no esperábamos volver a ver.