Concentración de medios…. y (del)fines

La semana pasada los principales diarios limeños dedicaron portadas, reportajes y editoriales a los delfines  Yaku y Wayra, quienes viven en cautiverio hace 17 años y hace cuatro habitan una pequeña piscina en La Herradura.   Traídos a Lima en 1997 como atracción del Hotel Los Delfines, fueron trasladados al «delfinario» de Chorillos tras protestas de defensores de los animales, donde permanecieron en el olvido mediático hasta ahora. Frente a los nuevos clamores por su liberación, sin embargo, las autoridades dicen que no pueden actuar  porque estos animales son propiedad privada.  (*)

Como toda amante de los animales, me conmueve la situación de estos dos estresados cetáceos.  Pero también me llama la atención el desbalance, entre la cantidad de energía y tinta invertida en ellos, y la poca atención dirigida a los centenares de miembros de su especie (y de otros) que aparecen muertos y varados en las costas del Norte, ahora y hace varios años, mientras las autoridades que sí son responsables por ellos, aun no saben por qué.

Según IMARPE, las diversas ONG dedicadas a este tema, y periodistas especializadas (como Barbara Fraser), hay al menos cinco factores que podrían explicar estas muertes:

  1. Contaminación directa por sustancias tóxicas (desagües, pesticidas, metales pesados, hidrocarburos, etc.)
  2. Algas venenosas”, que se activan durante el verano, resultado de la contaminación o del cambio de temperatura.
  3. Morbilivirus, o algún patógeno, como aquél que produjo la muerte de centenares de delfines en la costa Atlántica de EEUU recientemente.
  4. Matanza a manos de pescadores artesanales; porque se atrapan en sus redes, o porque son utilizados como carnada para la caza de tiburones.
  5. Impacto de exploraciones petroleras, debido al uso de pruebas sísmicas o sonoras que afectan los oídos y/o órganos internos de los mamíferos, produciendo dolor, desorientación y eventualmente muerte.

Es posible, que todos estos factores contribuyan a las muertes de tantos delfines en nuestras costas.  Pero lo que es increíble, es que ni el Estado ni las ONG cuentan con la data y capacidad técnica para confirmar o descartar a ninguno de ellos.

Aparentemente, no existen análisis para documentar la presencia de sustancias contaminantes en los cuerpos de mamíferos marinos en el Perú.   Tampoco se hicieron los estudios suficientes para determinar la presencia de los mencionados virus, ni para descartar el impacto acústico.  Y si bien el año pasado hubo casos documentados de caza ilegal de delfines por pescadores, no sabemos si esta práctica es ocasional o sistemática.  Las cifras citadas por Stefan Austermühle, director ejecutivo de Mundo Azul, de “10,000 a 15,000 muertes al año” por esta vía, no han sido verificadas por las autoridades, aunque el año pasado IMARPE anunció una investigación sobre el tema.

Respeto a la actividad petrolera, sabemos que las empresas están realizando pruebas sísmicas en el mar, y que ellas coincidían en el tiempo con los reportes de más de 2,500 delfines muertos y varados durante los primeros meses de 2012.  Si las fuentes son correctas, esta sería la cifra mas alta reportada en el mundo, según Fraser.   Carlos Yaipén, presidente de la Organización Científica para la Conservación de Animales (ORCA), dijo haber examinado a 20 de estos animales, y haber encontrado hemorragias del oído medio, lesiones pulmonares y otros órganos dañados, por lo que presumía que fueron por el impacto de la exploración sísmica o sonora.   Pero el estudio de IMARPE en 2012 concluyó que no hubo evidencia suficiente para confirmar esta hipótesis, y al menos una experta internacional en cabezas y cuellos cetáceos (si, existe tal cosa) también concluyó que fuera poco probable.   Además han aparecido delfines muertas en épocas y zonas donde no hay exploración petrolera.

No obstante, el mismo IMARPE recomienda prestar más atención a este tema, pues es poco lo que saben sobre cómo, cuándo y dónde las empresas realicen ésta actividad, y hasta qué punto toman las precauciones necesarias para evitar mayores daños.

Voluntad política, ¿capacidad privada?

Todo el Perú ha celebrado el fallo de la Corte de la Haya, que establece nuestra frontera marítima con Chile y recupera territorio perdido del mar. Pero pocos percatamos la escasez de conocimiento que existe sobre las especies que habitan ese territorio, y el impacto de las actividades humanas sobre ello.

No podemos proteger estos animales, y regular efectivamente la explotación de nuestros recursos naturales, si no conocemos lo que tenemos.

Nuestras autoridades, dedicadas a promover la inversión privada y las actividades comerciales, parecen no tener tiempo o recursos para realizar estudios sistemáticos sobre las poblaciones mamíferos marinos que residen o migran por aguas peruanas: su hábitat y comportamiento, cuando procrean y crían, qué consumen, etcétera.

Aparentemente, buena parte del conocimiento sobre estos temas es generada por las mismas empresas extractivas, a través de los detallados Estudios de Impacto Ambiental (EIA).   Según un estudio hecho para la empresa Savia, por ejemplo, se han registrado más de 32 especies de cetáceos en aguas peruanas y zonas de exploración petrolera, incluyendo al menos 12 variedades de ballena (azul, jorobada, franca, orca) y 10 tipos de delfín (nariz de botella, hocico común, oscuro, gris), además de lobos marinos, nutrias y más.   Pero los consultores ambientales de estas mismas empresas, señalan como problema el vació de información acerca de la distribución y el estado de la mayoría de estas especies.

Ahora el Ministerio de Energía y Minas propone eliminar estos Estudios de Impacto Ambiental (EIA) para la exploración petrolera, sosteniendo que las empresas son capaces de auto-regularse.  Es probable, que el Estado también depende de las pruebas que ellas realicen, para genera la data sísmica requerida para los planes de desarrollo del mismo sector hidrocarburos.  Por su parte, algunos voceros de la industria insisten que estas actividades no producen efecto negativo alguno, lo cual es inverosímil si prestamos atención al debate y la regulación de ellas en otros países.

Es hora que el Estado invierte más en crear capacidad propia, no la inversa.  Y que lo hace de la mano con comunidad científica universitaria, nacional e internacional.

Las universidades peruanas, también deben invertir mucho más en esto.  El Centro para la Sostenibilidad Ambiental de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, fundada por la ex Vice Ministra Patricia Majluf, en un líder en este campo.  Pero es necesario tener otros   – sobre todo en las zonas de mayor actividad petrolera y pesquera – y desarrollar su capacidad de recopilar y analizar data de manera sistemática, en colaboración con los grandes centros de investigación marina internacional.

¿Qué hacemos?

No soy experta en biología marina ni exploración petrolera.  Pero soy promotora de la investigación, rigorosa y crítica, como herramienta necesaria (nunca suficiente) para mejorar las decisiones públicas y lograr cambio social.

También he sido vecina del mar toda mi vida, y he visto en carne propia el daño que le puede causar el hombre y la industria mal regulada.   Viviendo en Santa Barbara, California, en 1969, sufrí el derrame de petróleo más grande de la historia de EEUU hasta entonces, el cual provocó el cierre temporal de mi colegio para permitir que nosotros, los niños, salgamos a limpiar las playas y salvar a la fauna marina.  La indignación pública generada por ese derrame, dio impulso al movimiento ambientalista, a la creación del Environmental Protection Agency y a la prohibición por el Congreso de la mayor parte de la explotación petrolera en las costas de EEUU durante un cuarto de siglo.

El Perú no debe esperar más tragedias ambientales para defender su magnífico mar.  Tenemos personas altamente motivadas para estudiar y dedicarse a los diversos campos necesarios para ello. Lo que debemos pedir a las autoridades, es que no bajan la guardia en materia de regulación ambiental, y que invierten en la capacidad del sector público, y de las universidades nacionales, para colaborar con ella.

Defendemos a Yaku y Wayra, entonces, pues sin duda merecen una vida mejor.  Pero no damos la espalda al resto de las especies que habitan nuestro mar, y que siendo aún libres, también son nuestra responsabilidad.

(photo Dan Collyns /The Guardian)

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(*) Yaku y Wayra pertenecen a Jacques Levy Calvo, como vemos en este video.