Siendo norteamericana de origen, he recibido muchas preguntas en estos días sobre “el significado de 11-9” para EEUU y el mundo. La verdad, es que tanto por la cercanía emocional como por la distancia física, me es difícil responder.
Hoy los medios están saturados de recuerdos de ese fatídico día, y yo también tengo el mío. En agosto 2001 llegamos a Boston con mi esposo e hijos, para una pasantía académica tranquila. La mañana de 11 de septiembre, debí tomar un vuelo de American Airlines de Boston a Nueva York, y de allí viajar a Buenos Aires para una conferencia, habiendo sido cancelado mi vuelo original la noche anterior. Por estas cosas inexplicables de la vida, decidí no viajar. Me acuerdo la mañana del 11, enviando los chicos al colegio con el placer de siempre, para luego prender la televisión y observar con horror lo que el resto del mundo también presenció.
Vivimos el terrorismo en el Perú, y nos tocó vivirlo en EEUU, a través del temor y la vehemencia del pueblo norteamericano, y la desmedida reacción de la Administración Bush. Nuestros hijos recibieron enseñanzas de paz y tolerancia en la escuela, pero en el recreo jugaron a tumbar torres de arena, y en las calles gente menos tolerante gritaron insultos a quienes tuvieron pinta de musulmanes (incluyendo mi esposo peruanísimo). Regresamos al Perú en 2003; irónicamente, a un entorno mejor. Desde entonces observo a EEUU con distancia, aunque regreso con frecuencia. Me conmueve ver en cada vuelo a decenas de jóvenes militares, yendo o regresando de la guerra, pero me resisto a aplaudirlos.
Diez años después, ¿qué siento? Primero, que es importante recordar y respetar los 3000 muertos del 11-9. Pero también es urgente reconocer, y en la medida posible, remediar, a los centenares de miles que murieron y sufrieron desde entonces, por la equívoca reacción del gobierno norteamericano y muchos otros actores. Ellos incluyen centenares de rescatistas de Ground Zero, quienes han muerto o padecen de graves problemas de salud (muchos de ellos sin tener seguro medico), más de 6,000 soldados norteamericanos caídos, e innumerables muertes y familias devastadas en Irak, Afganistán y Pakistán.
Hoy hay aproximadamente 25 millones de norteamericanos que necesitan trabajo (o mas trabajo), en una economía que no produce los empleos suficientes. Para algunos, el servicio militar ha sido la salida, y mas de dos millones de hombres y mujeres han ido a “combatir el terrorismo” en tierras lejanas. Sin embargo, son un porcentaje bastante reducida de una nación preocupada por otras urgencias, y el precio que han pagado es enorme. Además de los muertos, hay aproximadamente 44,000 heridos en acción, y uno de cada cinco regresa con estrés pos-traumático, depresión clínica o traumatismo cerebral. Más de 1000 dejaron un brazo o una pierna en el campo de batalla. Cómo dijo un joven veterano que casi perdió a su hermano gemelo en Afganistán; “Dejamos de enfocarnos en reconstruir a otra nación. Necesitamos regresar y comenzar a reconstruir la nuestra”.
En estos días, muchos analistas han señalado las ironías de un EEUU que nuevamente, dejó de lado sus valores históricos para emprender acciones militares desastrosas, autorizar tortura y ejecuciones extrajudiciales, y restringir los derechos de su propia población. En el New York Times, Jill Abrahamson enfatiza la incapacidad de «terminar la misión» en Afganistan. En cambio, para Eugene Robinson del Washington Post, la guerra ya fue ganada, pero EEUU sigue viviendo una amarga mentalidad de guerra, que se extiende a diversos ámbitos y se parece a una depresión clínica generalizada. Guardando las distancias, Ariel Dorman en The Nation nos recuerda las similitudes con el otro 11 de septiembre, el de 1973 en Chile, y los trágicos sucesos posteriores.
Quiero tener esperanza, de que la nación que eligió a Barack Obama en 2008, sea también capaz de revertir la actual situación. Pero confieso que hoy siento tristeza, por un aniversario más de intolerancia. Tristeza que expresa bien el periodista y editor de Harper´s, John R. MacArthur:
“El legado de 9/11 parece ser mas de lo mismo: mas matanzas en nombre de salvar vidas, mas represión en nombre de defender la libertad, mas piedad cristiana camuflada en nombre de la libertad de credo, mas hipocresía en nombre de los “valores” americanos de verdad y justicia, mas masacres del idioma inglés (terrorismo es una táctica, no una ideología) en nombre del hablar claro. No creo que sea el legado que merecen los norteamericanos, y ciertamente, es el legado equivocado para las muertes de 9/11”.