Luciano Stucchi

Los huaycos que seguirán cayendo

Nuestro país vuelve a amanecer con alerta de huaycos e inundaciones. Insisto: el problema no son los huaycos, sino la ineptitud con que reaccionamos a ellos. Es como pretender que el problema de Florida, en gringolandia, sean los huracanes. No pues, estos van a ocurrir, siempre. El planeta funciona con ellos —de hecho, cumplen una función importante en su regulación climática— y antes de lamentarlos, deberían gestionarse. Lo mismo ocurre con los huaycos: estos van a ocurrir, querrámoslo o no. Lo han hecho por milenios y seguirán haciéndolo, con o sin nosotros. El problema que tenemos es que no sabemos gestionarlos, hasta ahora. Y siguen destruyendo viviendas, rebalsando ríos, colapsándonos como país. ¿Cómo solucionamos esto?

Dentro del enfoque de la dinámica de sistemas, esta incapacidad nuestra por resolver un problema recurrente se llama «desplazamiento de la carga». Es un arquetipo de pensamiento fallido, una suerte de tara mental que se produce cuando no somos capaces de visualizar el funcionamiento completo, integral, dinámico de un sistema mínimamente complejo. Consiste en esto: ante los síntomas de un problema fundamental, los afectados optan por atender estos, antes que la raíz del problema, lo que provoca una paliación momentánea de este. Sin embargo, a la larga, el problema vuelve a manifestarse. Pero además, ocurre un efecto colateral, acumulativo, que lo empeora, haciendo que con el tiempo el problema sea más agudo y los costos para enfrentar los síntomas más caros y menos efectivos.

Ante la destrucción que provoca la crecida de los ríos, se opta por la solución sintomática de levantar muros de contención. Esto genera la falsa sensación de seguridad que permite invadir zonas inmediatas con viviendas, que luego requieren infraestructura poco adecuada. Esto reduce momentáneamente el problema, pero a la larga vuelve a ocurrir. La respuesta sintomática consume recursos que minan la capacidad política y social de las autoridades para poder enfrentar el problema en su verdadera dimensión. La solución real, a través de infraestructura segura y adecuada reducirá de forma más permanente la destrucción producida por los embalses. Pero esto tomará más tiempo en evidenciarse que el efecto de las construcciones improvisadas.

El esquema habla por sí mismo. El problema fundamental es la gestión de los huaycos, ante su inevitable ocurrencia. Esto requeriría lógicamente ampliar el cauce de los ríos y sus principales ramales, dejar un espacio abierto y sin ocupar en las quebradas —activas o no— y alejar hasta una distancia prudente las viviendas, los caminos y la infraestructura de conexión. Todo esto implica un trabajo de largo aliento de planificación, coordinación, socialización y firmeza política, desde el Estado. Pero, ¿qué se hace cada vez? Se alzan muros de contención, se invaden las quebradas, se licencia el pase de autopistas por el lecho seco del río, se construyen puentes improvisados que se desploman. En otras palabras, se parcha. ¿Y cuál es el efecto colateral de estos parches? Además de la disminución de los recursos, el encarecimiento de la solución real.

«¡Oiga! ¿No se supone que el tour nos llevaba por las ruinas que hay en la ciudad de Lima?» [Imagen extraída de: OJO]

El rédito político de llevar víveres y ayuda de emergencia es muy alto. Tender la mano en un momento de desgracia genera una conexión empática muy fuerte en aquel que está padeciéndola. De eso viven algunas gestiones municipales. Y muchos políticos. El proceso racional de identificarse e identificar a la autoridad como responsables es algo que pasa a segundo plano. Pero es ruin que como sociedad sigamos validando un modelo de autoridad así. No solo porque juega con la vida de mucha gente, sino porque nos perpetúa en este estado de pobreza cívica y social de la que no sabemos salir, desde hace ya varias décadas.

 

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