Se compite hasta en domingo, por Gonzalo Vásquez

Gonzalo Vásquez participó en el club en el ciclo Verano 2012

Competencia. La supremacía del más fuerte, el premio que se obtiene tras vencer al adversario. Saborear la gloria o el polvo de la derrota. Más allá del reino animal, en nuestra vida cotidiana vemos ejemplos claros de esta competencia casi a muerte por ver quién es mejor. Probablemente una de las lides más antiguas y que persistirá en el tiempo es la lucha entre dos (o más) hombres por el amor de una mujer, lo cual ha inspirado a autores de libros, obras de teatro y demasiados poemas. Este conflicto nos es presentado por Vargas Llosa en una versión juvenil, en un ambiente limeño de hace algunos años. “Día domingo” es un cuento completo, con personajes muy logrados y una trama con la que es fácil identificarse, que tiene gracia y fluye hasta llegar al clímax, donde Vargas Llosa nos deja una importante moraleja final.

Miguel es un joven que muere por el amor de Flora (la narración inicia con esta declaración); sin embargo, no es el único. Rubén, uno de sus mejores amigos y compañero del grupo autodenominado “los pajarracos”, es su principal competencia, y sobre este conflicto gira el cuento. A lo largo del mismo, se nos cuenta que Rubén es un excelente atleta, tiene jale con las chicas, es simpático, y por ese lado tiene ventaja sobre Miguel, quien ante la no respuesta de Flora a su propuesta para estar con ella y sus pesadillas donde se ve a veces ganador o a veces perdedor, decide tomar cartas en el asunto. Luego de mucho tiempo decide volver a reunirse con su grupo de “pajarracos”, todos jóvenes de aproximadamente la misma edad que se reúnen en un bar al costado del cine Montecarlo y hacerle frente a Rubén.

Al analizar el modo de escribir cuentos de Vargas Llosa (más conocido por sus grandes novelas), llama la atención la manera personal de contar, amigable, a pesar de ser un narrador omnisciente, que te hace sentir parte de la trama. Además, es muy detallista y describe casi cada objeto que aparece con un adjetivo siempre preciso. Por otro lado, la locación del cuento, en este caso calles de Miraflores, hace que sea aún más realista y que los lectores se identifiquen con Miguel y su lucha con Rubén por ver quién se queda con Flora. Personalmente, había experimentado esta identificación con las locaciones con Conversación en La Catedral, genial novela de nuestro premio Nobel, donde se menciona mucho la zona del malecón Cisneros, el club Terrazas, y la calle Porta, donde vive Zavalita, los cuales casi colindan con mi casa.

Después de compartir unas cervezas y charlar con sus patas, cuando su rival está a punto de irse para salir con Flora, Miguel toma cartas en el asunto y de todas las maneras posibles intenta que Rubén se quede con ellos. Primero lanza un desafío, a ver quién tomaba más cerveza (y él corre con todos los gastos); es graciosa la manera de lanzar desafíos de los “pajarracos”, nadie se puede negar, y Miguel aprovecha esto para hacerle perder la cita con Flora a su amigo, donde logra un empate por decisión del grupo a pesar de terminar en peores condiciones que su compañero. Luego de esto, Miguel (picado), sigue provocando a Rubén diciéndole que es pura pose y se lanza otro desafío (como sabemos, se tiene que aceptar). Este consistía en nadar esa misma noche, en la Costa Verde, hasta la reventazón y de vuelta.

En este momento, algunos amigos dicen que están de acuerdo, otros que no por las condiciones en que están los “pajarracos competidores”, y por el frío que hacía. Un tema importante que podemos analizar en esta parte del cuento es la presión de grupo, que en este caso es el hecho de animar una competencia así en esas condiciones. Es el Melanés el principal presionador que anima a ambos a seguir una vez que están en la playa miraflorina. Esto, combinado con las ganas de demostrar quién es mejor, del amor de Flora, de los efectos del alcohol y de la locura juvenil, hace que Miguel y Rubén tomen una decisión apurada y algo desquiciada. A La luz de la luna se desvisten y se lanzan al agua (Rubén con mejor estilo que Miguel). El frío y el dolor de cabeza por el trago hacen difícil la tarea para ambos, y pese a eso, siguen adelante.

Llegan a la reventazón (donde se forma la primera ola, muy lejos de la orilla) con mucho esfuerzo, y empiezan el retorno a la orilla, ahí ocurre el clímax de la historia. Miguel siente que se desvanece, que pierde fuerzas y ruega a Dios que los proteja, ya no le importa la apuesta, Rubén estaba mucho más adelante. Sin embargo, escucha repentinamente los gritos de su compañero implorando ayuda, pues le había dado un terrible calambre y tiene que tomar una decisión importante. Cuando ve esta situación, Miguel se siente mejor y recupera fuerzas y capacidad de pensamiento (ante el peligro). Aquí es cuando te pones a pensar si salvar a tu amigo, o ganar una apuesta que te hará también feliz, lo que habías estado esperando todo este tiempo.

Finalmente hace lo correcto: llevar a Rubén sin que lo arrastre hacia abajo y despertándolo para que esté consciente, luchando a cada instante contra las condiciones, hasta que llegan a la orilla. Vargas Llosa, de este modo, resalta que si bien la competencia hace que nos comportemos de una manera, siempre debe prevalecer la condición humana. La vida de un amigo no tiene precio, y es por eso que prima la decisión de Miguel sobre cualquier desafío. Finalmente, como vemos, Miguel no solo salva a su amigo y lo vence en su propio deporte (quedando como el ganador frente al grupo), sino que se queda con el premio mayor, el amor de Flora. Es decir, queda totalmente satisfecho, no hay nada que se pueda reprochar, a diferencia de si no lo hubiera salvado. Es paradójico, cuando se olvida del desafío, es cuando “compite” mejor, toma la mejor decisión y gana en todos los aspectos. Finalmente, me encanta la frase de cierre, “se abría para él un porvenir dorado”, que expresa exactamente lo que uno siente cuando logra lo que quiere y todo sale mejor de lo esperado. Y tú, ¿qué harías por conseguir el amor de una chica?