Luciano Stucchi

Estrategias en un sistema de dominancia y sumisión

En el post anterior vimos que la investigación de A. K. Nandi et al. mostraba cómo aquella especie de avispa (R. marginata) cuya reina tenía un comportamiento menos agresivo era la especie socialmente más compleja. Aquí la reina, aunque fuese la más fuerte, invertía poca energía en acciones agresivas y recurría a otras estrategias de dominancia, como la emisión de feromonas. Esto reflejaba dos importantes consecuencias: la reina podía dedicar más tiempo a reproducirse y las obreras estaban completamente sometidas, puesto que no se reportó caso alguno de reproducción aislada en ellas. Por el contrario, la otra especie de avispa (R. cyathiformis) posee una reina con una dominancia mucho más activa, aunque casi toda su agresión se concentre sobre una segunda avispa, la siguiente más fuerte de la colonia. Esta avispa suele ser la que más se involucra en acciones de dominancia con el resto y será la que más probablemente suceda a la reina en caso de que esta muera. Sin embargo, en esta especie son frecuentes los casos de reproducción aislada en las obreras, de modo que la reina no ostenta el monopolio reproductivo.

En la gráfica puede observarse que la relación entre fuerza y probabilidad no es homogénea ni uniforme. Por un lado, los individuos con mayor y menor fuerza tienden a interactuar más. Por otro lado, de entre ellos, los individuos más fuertes tienen una mayor preferencia a su vez por hacerlo.
En la gráfica puede observarse que la relación entre fuerza y probabilidad no es homogénea ni uniforme. Por un lado, los individuos con mayor y menor fuerza tienden a interactuar más. Por otro lado, de entre ellos, los individuos más fuertes tienen una mayor preferencia a su vez por hacerlo.

Los investigadores proponen un sencillo modelo matemático para reproducir estos comportamientos, el cual consiste en una relación entre la fuerza de un individuo (xi) y la probabilidad (pi) de que este interactúe con otros: pi = |xi ― α|^β, donde α y β son parámetros que, de acuerdo a los datos, se ajustan mejor como β=2.0 y α entre 0.3 y 0.5. Esta relación refleja dos factores específicos de las interacciones: 1) cuanto más fuerte un individuo, más tiende a interactuar con otros; y 2) cuanto más promedio un individuo, menos tiende a involucrarse con los demás. En otras palabras, dado que las relaciones estudiadas son de dominancia-sumisión, los individuos más fuertes y más débiles serán los que busquen involucrarse más frecuentemente con el resto. Y esta preferencia tendrá un sesgo no uniforme hacia las relaciones dominantes.

Al respecto considero que es importante entender lo que ocurre con los dos extremos:

1. Resulta intuitivo que sean los individuos más fuertes los que busquen mayor cantidad de interacciones, siendo justamente ellos los que tendrán mayor facilidad para dominarlas. El beneficio no necesita ser conciente: un individuo naturalmente agresivo tenderá por ese mismo motivo a interactuar más y esa mayor frecuencia, en una lógica de sumisión-dominancia, le permitirá sacar ventaja en ese segundo aspecto. Existe un paralelo muy grande con el comportamiento humano dominante y todos estamos familiarizados con el estereotipo respectivo: el fuerte —o matón, en nuestra jerga— que continuamente abusa de quienes lo rodean y se impone por sobre ellos por mera fuerza bruta.

Aunque hay que admitir que a veces la imposición de la fuerza bruta resulta divertida.
Aunque hay que admitir que a veces la imposición de la fuerza bruta también resulta divertida.

2.  Hasta cierto punto, es intuitivo también que los débiles —que bajo esta lógica son los individuos con actitudes más sumisas— busquen también, aunque con menos entusiasmo, las interacciones. El estereotipo, en el caso de los humanos, es el que llamamos adulador —o pisado, felón, franelero y otros términos irrepetibles por este medio— que continuamente busca contentar a los que considera sus superiores. Pero no lo hacen de manera gratuita: toda la lógica de la sumisión humana viene por las recompensas que se obtienen a partir de favores, conveniencias, contactos y amiguismos. En otras palabras, este es el origen del clientelismo.

Se me ocurrieron otros varios ejemplos de servilismo rastrero... pero quizás este sea el menos polémico.
Se me ocurrieron otros varios ejemplos de servilismo rastrero… pero quizás este sea el menos polémico.

Pero, en particular sorprende cómo se manifiesta la indiferencia de los individuos de fuerza intermedia en este caso, pues pareciera que la igual posibilidad de dominar y someterse no les permite establecer una estrategia definitiva. En ese sentido, al no estar en la capacidad de imponerse sobre la mayoría, no pueden adoptar por completo la postura dominante, pero por lo mismo, tampoco pueden establecerse dentro de una estrategia puramente sumisa. Podríamos decir que, en la lógica dicotómica de dominancia-sumisión, los puntos medios tienen todas las de perder. Y efectivamente, si estirásemos la curva, podríamos incluso hacer desaparecer a ese grupo intermedio. Ese sería el equivalente a una sociedad verticalmente jerarquizada. Que, como vimos antes, sería también mínimamente compleja.

Y sobre eso hay mucho qué decir todavía,  en  conexión también con el cambio de estrategia de la avispa reina de la especie R. marginata, pues en ella la dominancia directa no se ha eliminado de manera gratuita, sino que se ha reemplazado por una estrategia más sutil y eficiente: la supresión reproductiva de las obreras por feromonas. Pero ese será el tema del siguiente post.

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