Las transiciones de ayer (y de hoy)

A la luz de los acontecimientos del Medio Oriente, los analistas políticos están  desempolvando la literatura comparativa sobre transiciones a la democracia que estuvo de moda en los años 80, inspirados en casos de América Latina y Europa.  Los trabajos de Philippe Schmitter, Guillermo O´Donnell, Adam Przeworski, Terry Karl y otros, enfatizaron que detrás de las heroicas movilizaciones populares, están los actores más tradicionales – las fuerzas armadas, los partidos tradicionales, las élites empresariales y sindicales, las potencias extranjeras.   Comprender los intereses de estos actores y los acuerdos que se negocian, es clave para entender la viabilidad y los parámetros del nuevo régimen que se establece.

Esta semana, un editorial de Moisés Naim en El País, sugiere algo similar para casos como Túnez o Egipto hoy, argumentando que el papel de las FFAA ha sido igual o más importante que las nuevas redes sociales, porque “al final los que definen cuándo y cómo muere una dictadura son los militares”.

En este contexto,  consideramos propicio “desempolvar” nuestro propio estudio de caso, de la transición peruana de fines de los 70 e inicios de los 80, inspirado en esta literatura y en los acontecimientos políticos del Perú de entonces.

Volver al Pasado…

En 1985, llegué al Perú con una beca de la Comisión Fulbright para estudiar la transición de dictadura a democracia, con énfasis en el papel del APRA y de las izquierdas marxistas en este proceso.  Los resultados fueron plasmados en una tesis doctoral, titulado The Democratic Left and the Persistance of Populism in Peru (La izquierda democrática y la persistencia del populismo en el Peru), 1975-1990.   Cuando la terminé, el Perú estuvo al borde del colapso, y tanto el APRA como sectores de IU habían apoyado al “Tsunami Fujimori” para cerrarle paso a Mario Vargas Llosa, liberal y demócrata a toda prueba. Vivía en Chile, donde después de 17 años de dictadura, los partidos regresaron con una notable capacidad de forjar alianzas, dar prioridad al rescate de los derechos fundamentales, y negociar acuerdos programáticos para enfrentar las brechas sociales heredadas de Pinochet.  En ese momento, tuve pocos incentivos para publicar un trabajo que examinaba la incapacidad de los partidos peruanos de hacer algo remotamente similar.

Hoy el momento parece más propicio.  Además del renovado interés en las transiciones, la Ciencia Política es una carrera en auge, los partidos están nuevamente en debate, y varios investigadores me han buscado para conversar sobre este caso, y para consultar a las más de 60 entrevistas realizadas con líderes civiles y militares de la época.  Entre ellos están los apristas Luis Alberto Sánchez, Andrés Townsend, Enrique Chirinos Soto, Javier Valle Riestra y Ramiro Prialé, los pepecistas Ernesto Alayza Grundy y Roberto Ramirez del Villar, y los marxistas Carlos Malpica, Javier Diez Canseco, Enrique Bernales, Pablo Checa y Pedro Huilca, este último Secretario General de la CGTP  asesinado en 1992.   Por el lado del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, también entrevistamos a los generales Jorge Fernández Maldonado, Oscar Molina, Francisco Morales Bermúdez y Pedro Richter.   Paralelamente, consultamos el Diario de Debates del Plenario General de la Asamblea Constituyente, las Actas de la Comisión Principal, y documentos de los diversos partidos involucrados.

Este año esperemos editar y traducir este trabajo para publicación como libro.  Mientras tanto, estoy colgando la tesis en este nuevo espacio, en su versión original, para quienes desean recordar este pasado no muy lejano.

Transición a la democracia en el Perú, 1975-1990

A grandes rasgos, la tesis sostiene que si bien había persistentes obstáculos estructurales para la democracia en el Perú a fines de los 70, también había oportunidades nuevas para superarlas, a través de la estrategia  y la acción políticas.   La vieja oligarquía estuvo en franca desaparición, el Estado nacional se había fortalecido, y había nuevos sectores medios y populares organizados, con mayores demandas por una democracia con justicia social.  Asimismo, se dio la oportunidad de redefinir las instituciones y reglas de juego, a través de un proceso constituyente con amplia participación.

Sin embargo, al analizar a los principales actores de entonces, observamos una notable incapacidad de establecer consensos mínimos, superar el caudillismo (de todos los colores), y construir partidos y alianzas efectivos.   El resultado fue una verdadera brecha de representación, y un patrón recurrente de populismo político y crisis social.  En otras palabras, la “crisis de los partidos” no fue producto de los 90, sino de quienes una década antes estuvieron en condiciones de forjar una democracia mejor.

El trabajo tiene nueve capítulos que analicen los partidos durante el gobierno militar (1968-1980), a través de las elecciones de 1978 y 1980, y en la década  de los 80, enfatizando decisiones y negociaciones durante este periodo.  Como su lectura puede ser pesada, resumo algunos puntos que considero pertinentes, con las secciones o páginas específicas indicadas;

El Capítulo III, Los legados del reformismo militar y la emergencia del movimiento popular,  analiza la decisión de los militares de retirarse del poder, de manera controlada y con impunidad, y sus conversaciones con líderes del APRA y PPC para lograr este fin.  Sin embargo, otras fuerzas interrumpieron para cuestionar ésta “nueva Convivencia” y plantear un proceso más abierto.

En Capitulo IV, Hacia la democracia: las elecciones de 1978, vemos cómo el APRA con Víctor Raúl Haya de la Torre a la cabeza obtuvo un tercio del voto popular y 37 de los 100 curules en la Asamblea Constituyente.   El PPC fue segundo con 25 curules, un número que se presumía inflado por decisión de Acción Popular de no participar.  Pero el aspecto más saltante fueron las cuatro listas de izquierda, participando por primeva vez en elecciones, que juntos sumaron el 30% del voto y 28 curules, el resultado más grande para una izquierda marxista en América Latina con excepción de la Unidad Popular en Chile.  Si incluimos la DC de Cornejo Chávez y el FNTC, los partidos ubicados a la izquierda del APRA ocuparon 34 de los 100 curules, lo cual les permitiría aportar seriamente al diseño de una nueva constitución para una nueva democracia.

Para quienes añoran esa Constitución de 1979, sin embargo, sugiero el Capitulo V, Estableciendo las reglas de juego: la Asamblea Constituyente y la Constitución de 1979, donde analizamos los intereses de cada grupo y la negociación entre ellos. Aunque había algunos debates de principios, destacaron más los cálculos de corto plazo.

En materia de libertades y derechos, por ejemplo, la Constitución de 1979 tuvo algo para todos los gustos.  Vemos a los líderes del PPC defender a la libertad de prensa y propiedad, dentro de su “economía social de mercado” (p,189-190), pero también oponerse al sufragio universal, combinando argumentos técnicos con un racismo explícito (aludiendo a las supuestas limitaciones del cerebro del indio analfabeto), para resistir un cambio que amenazaba su futuro posicionamiento electoral (p.193).  ¿Tales argumentos persisten entre sectores de derecha hoy?

Afortunadamente, el APRA y las izquierdas se aliaron para defender el derecho del voto para todos los peruanos mayores de 18 (salvo integrantes de las FFAA y FFPP), y para eliminar las anacrónicas restricciones ideológicas sobre los partidos (p. 192-193).  Para 1980 el electorado aumentaría en un 150% sobre 1963, con un caudal de votos concentrados en sectores históricamente ignorados por el APRA y las derechas.

En esta época, los izquierdistas radicales fueron los más firmes en oponerse a una transición con impunidad y privilegios para los militares.  Pero lo hicieron con propuestas provocadoras, como el derecho de sindicalización y huelga de las tropas, la elección popular de los comandantes, y el reemplazo de las FFAA profesionales con milicias armadas de trabajadores y campesinos, que no lograron convencer a las otras bancadas (202-203).  Solo Carlos Malpica y algunos miembros del PC-Moscú tuvieron propuestas constructivas para aumentar el control civil sobre las FFAA.  Los militares se opusieron a ellas, y a cualquier intento de investigar a oficiales del gobierno militar por abusos de derechos humanos o corrupción, y tanto el APRA como PPC aceptaron estas condiciones con tal de llegar a elecciones en 1980.

El tema que produjo mayor debate, sin embargo, fueron las reglas electorales, sobre las cuales los constituyentes negociaron bajo tres premisas (p. 203-206);  (1) que el APRA podrá ganar en 1980, pero no con una mayoría absoluta; (2) que las izquierdas podrán recibir al menos la misma cantidad de votos en 1980 que en 1978, y (3) que el PPC no podrá ganar en primera vuelta, pero si podrá ser un socio estratégico, o ganador en segunda vuelta.   Entonces, el APRA buscaba asegurar su victoria, el PPC quiso evitar este resultado, y ambos a su vez desearon bloquear una victoria futura de la izquierda.

Con este escenario, el APRA propuso una valla electoral de 33%, mientras el PPC defendió el sistema de mayoría absoluta (50% +1) o segunda vuelta.  El PPC también propuso el voto preferencial, medida rechazada por el APRA como atentado contra la disciplina partidaria.  Frente al impasse que se produjo entre ellos, los votos de la izquierda fueron potencialmente determinantes (204).   ¿Apoyar una valla más baja, que podría facilitar una victoria Aprista en el corto plazo? ¿O poner la valla más alta, dificultando sus propias posibilidades de ganar a futuro?   Hugo Blanco, entonces el líder de izquierda con más apoyo electoral, estuvo a favor de la valla de 33%, mientras el PC dio prioridad a cerrar el camino al APRA en 1980.  Al no ponerse de acuerdo, los izquierdistas optaron por retirarse de la Asamblea y no tomar posición, obligando el APRA y PPC a buscar un acuerdo.  El resultado fue la propuesta del PPC, con normas transitorias para 1980 que bajaron la valla al 36% (205).

El APRA y PPC también apoyaron una cláusula que permitió a los candidatos presidenciales competir simultáneamente para el Parlamento.  Esto incentivará la proliferación de candidaturas separadas, un problema especialmente agudo para las izquierdas.  Según Enrique Chirinos Soto, entonces constituyente por el APRA, esto fue explícitamente el efecto deseado (206).

Para la mayoría de la izquierda, la Asamblea fue vista mas como un foro para ventilar demandas populares y consignas revolucionarias, que un canal para “refundar la República” o establecer un nuevo sistema de gobierno.  La principal excepción fue Carlos Malpica de UDP, quien se destacó por su interés en introducir temas como la regulación de la inversión extranjera, y el derecho del Estado de expropiar en el interés social (189).  Pero hasta Malpica acató la consigna final de abandonar el proceso, y de negarse a firmar la versión final de la Constitución de 1979 (p.206-208).

En Capitulo VI, Las Elecciones de 1980, el triunfo del populismo, y los nuevos parámetros, analizamos cómo los diversos partidos presentes en la Asamblea Constituyente se derrumban política y electoralmente.  Los cálculos del APRA fueron truncados por la muerte de Haya y las fisuras abiertas entre los seguidores de Armando Villanueva y Andrés Townsend (265-277).  Por su parte, las izquierdas se fragmentaron en cinco candidaturas, marcadas tanto por sectarismo como por apetitos electorales (221-222).  Irónicamente, fue el viejo Belaúnde y Acción Popular, quienes cosecharán la mayor parte del nuevo electorado peruano.

La historia continua en Capitulo VII, con los esfuerzos del APRA y las izquierdas de superar sus crisis internas y convertirse en opciones de gobierno en los 80, frente a la dificultad del viejo populismo para gobernar en nuevos tiempos.  Observamos incrédulos como la Izquierda Unida se forma y gana un impresionante poder en Lima y diversas provincias, solo para derrumbarse pocos años después.  En cambio, Alan García logró abrir una tercera vía dentro del APRA, asumir liderazgo a través de alianzas y elecciones internas a todas luces democráticas, y proyectar una nueva imagen hacía adentro y afuera.  Fue El futuro diferente, con perfil de centro-izquierda moderada y apertura a independientes (277-294).   La victoria de Alan en 1985, con “Mi Perú” en lugar de la Marsellesa, y la paloma blanca encima de la estrella, fue un triunfo de marketing político que vale la pena recordar (“lo vendimos como la Coca Cola”, nos contó un operador de su campaña, “y esto es lo que le gusta la gente”, p. 290).   La suerte de ese neopopulismo en el poder, por cierto, es otra historia (ver Posdata: de la Euforia al Colapso, 1985-1990).